‘La villa de las 11 puertas’. El desarrollo urbano de Graus entre los siglos XI y XVIII. Justo Broto.

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La villa de las 11 puertas utiliza, como hilo conductor del análisis histórico, el desarrollo urbano de Graus entre el siglo XI, en que el rey Sancho Ramírez conquista el castillo y los restos en su falda de una población arruinada por la guerra para donarlos al monasterio de San Victorián, hasta el siglo XVIII y fin del Antiguo Régimen. La documentación permite reconocer una primera expansión colonizadora del lugar, que se cierra con una muralla a fines del siglo XII, haciendo posible a través del control pecuniario en sus puertas, un mercado en la comarca, una prestigiosa feria anual y una de las cuatro aduanas del condado de Ribargoza. Seguirá una segunda expansión tardomedieval con nueva muralla y once puertas de ingreso documentadas; una triplicación poblacional del lugar durante el Renacimiento, prosperidad responsable del caserío que, a extramuros, se extiende por la izquierda del Barranco de San Miguel, configurando un paisaje urbano ya semejante al actual. Y, por fin, un siglo XVIII próspero en cultivos e industrias derivadas, pero arruinado en la localidad por el impacto directo de la guerra de separación de Cataluña y de la guerra de sucesión a la Corona. En una villa de escasa renovación constructora resultan aún reconocibles en su casco antiguo un Graus románico, gótico, renacentista y, con la recuperación económica de fines del siglo XVIII, un Graus de interesantes fachadas dieciochescas a lo largo de su Calle Mayor y plaza principal, patrimonio que conviene valorar y proteger.

El estudio es fruto de una consulta sistemática, a lo largo de 30 años, de fuentes documentales varias y, en especial, de tres colecciones complejas y referidas en exclusiva a la villa de Graus: los 150 diplomas latinos propios del Concejo gradense y de la administración del Monasterio de San Victorián entre los siglos XI y XVI. El denominado “Libro de Centena” o catastro municipal del año 1607, conservado manuscrito como mazo de 480 folios que describen con gran detalle la disposición de las viviendas urbanas y de las fincas del municipio, con acopio de datos referenciales de muy diversa índole y aprovechamiento. El recién descubierto en archivo particular “Libro de Centena” del año 1760, manuscrito de 370 folios, catastro similar al anterior en precisión e interés.

El resultado permite valorar la estructura de la antigua fortaleza, así como su habitabilidad e impuestos y normas que la mantuvieron en pie hasta mediados del siglo XIV; el reparto de la tierra y la constitución de las “almunias” o cotos de explotación agraria que configuraron pequeñas aldeas en el término histórico del municipio, origen de algunas de las ermitas aún existentes; el desarrollo físico de la población a lo largo del tiempo. Pero también los usos y costumbres, instituciones, personajes, creencias y comportamientos, progresos y crisis del lugar, en un intento de aprehender el pálpito humano del pasado que ha de ser el objetivo final de cualquier investigación histórica.

El cotejo minucioso de los documentos permite ofrecer también, como apéndices, la propuesta de un Abaciologio de San Victorián, la lista de los tenentes de la fortaleza, los escribas y notarios grausinos datados, un nomenclátor de callejero antiguo, la localización de las 117 partidas rurales del municipio primigenio (69 microtopónimos a la derecha del Ésera y 48 a la izquierda), olvidados o simplificados en la actualidad. Un plano desplegable de la población en 1607, con indicación de los propietarios nominales de las viviendas, edificios religiosos y comunales, en correspondencia con la numeración actual. Y otro del caserío en 1760, con información semejante.

En consonancia con el propósito divulgador del texto, Tana Latorre ha dispuesto una maquetación atractiva e impecable, las numerosas fotografías que ilustran el análisis son obra profesional de la fotógrafa Esther Naval, y Feli Benítez ha dibujado la portada, sugestiva e intrigante. Ellas tres, como el autor, son de Graus. Un esfuerzo local del que no se puede pedir más.

 

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